Como si de un sueño se tratara, pesadilla de noches turbadas por pensamientos ajenos, pasó esta escena mil veces por su cabeza, siendo analizada al milímetro desde el exterior, desde el lado inverso, en un intento por cambiar el transcurso de aquella alocada partida de ajedrez en la que no avía ganador posible. Sentado delante de una ventana, vidrio helado, observaba sin mirar los coches que, al coger la curva de la calle sobre la reciente cera escupida a paso lento por los rojos candelabros de la procesión de Semana Santa, hacían chirriar las ruedas. Más lejos, en la amplia acera frente al mercado un tumulto de gente adornadas con sus mejores ropas todavía malolientes a lavandería entre los que se encontraban padres, hijos, abuelos, vecinos y otros tantos extranjeros y visitantes, se dispersaban con ávida rapidez creando ante la mirada perdida del chico un complejo crucigrama de colores y formas, entrecruzándose, girando, mirando, en frenético movimiento. Aún permaneció en la ventana, cortina en mano, casi a tocar del vidrio, el vaho empezaba a convertir el exterior en un mundo extraño, sin nombres ni caras, sólo con movimientos imprecisos, objetos, quizá vivos, pero a ellos todo esto que más les daba, absortos en sus propias preocupaciones, ignorantes de todo lo que pasaba en un mundo cercano separado nada más que por un fino y frío cristal. Se echó atrás, disimulando un tímido lamento que se podría confundir con un grito ahogado. O un hombre, o un portazo pasaron fugaces por su cabeza, cruel despedida que resuenan sin cesar, retumbando de oreja a oreja recordándole que no es un sueño sino demasiado real, un golpe mortal a un mal herido asestado por un arcángel con toda la puntería del mundo, justo en el corazón.
Sergi Queral 12 de Febrer de 1998